“¿Sabés qué hace falta en Tucumán?”, pregunta Mario Albarracín. Y se responde: “una escuela de muralismo”. Entonces se entusiasma con el ejemplo de Valparaíso, la ciudad-puerto que los chilenos trasformaron en un museo a cielo abierto. “¿Viste la pared del edificio que está al lado de la Casa de Gobierno, por 25 de Mayo? Ahí yo pintaría una Mercedes Sosa rodeada de colibríes -anuncia-. Pero habría que hacerlo bien; una escuela de muralismo y un laboratorio de arte público, para que los artistas estudiemos esas materias”.
Estamos en el Virla, a esa hora incierta en la que la tarde le gana la pulseada a la siesta. El café empieza a poblarse y Mario invita la recorrida. Lejos de tratarse de una retrospectiva, es más bien una selección multitemporal de obras -12 en total- que satisfacen la invitación a exponer extendida por el centro cultural universitario. Allí se quedarán hasta el próximo viernes.
Albarracín es clase 72; no fue testigo del cierre de los ingenios, pero sí de cómo fue desmantelándose Los Ralos. El pueblo se apagó con la fábrica y sus tíos, curtidos peladores de caña, formaron parte de la diáspora tucumana. El tema sobrevuela su trabajo en dosis más o menos directas, ya sean dibujos o técnicas derivadas de esos trazos primigenios. Porque Mario se asume, sin poses y básicamente, como un dibujante. “Autodidacta”, añade.
Por eso de movida aparecen dos dibujos hechos con lapicera, uno de los cuales ilustró un poemario de Dardo Solórzano. Y después la reproducción a escala reducida de lo que fue un multicolor mural de ocho metros. Mario recuerda que lo había desplegado a pleno en el Virla en coincidencia con una muestra de Rocambole. “Se acercó, estuvimos charlando -apuntó-. Hablaba de cómo utilizaba el rock para acercar a los jóvenes al arte” (Rocambole -seudónimo que emplea el artista y docente Ricardo Cohen- pergeñó las históricas portadas de los discos de los Redondos).
La música, aclara Albarracín, siempre se mantuvo unida a su obra. La escucha cuando dibuja y le sirve de inspiración temática. Lo suyo podría inscribirse en el apartado “zamba dibujada” y de eso trata otra de sus creaciones, dedicada a “Corazón de fuego”, tema de Gusavo Guaraz. “Nazareno Lechesi, del grupo Chamizas, se tatuó ese dibujo”, revela.
Junto a un díptico (“Atracción natural”, de 2010) se alinean dos rarezas en la producción de Albarracín. Dos pinturas. En una -“La quema”- el fantasma de un pelador reivindica el oficio que sus tíos dejaron por la fuerza; en la otra -“Cuatrero”- la figura dominante es el gaucho como dolor de cabeza de los hacendados.
Durante muchísimos años Albarracín fue diseñador en la agencia Personha, tiempos en los que la publicidad acudía al arte en procura de excelencia. “Todo eso cambió a partir de la pandemia”, reflexiona, y hay más: el nuevo reino de los influencers, sostiene, está agregándole clavos a la tapa del ataúd. Pero rápidamente Mario vuelve a la realidad del Virla para mostrar otro segmento de su selección, el más nutrido. Se trata de cuatro dibujos sobre tela blanca, integrantes de una muestra presentada allá por 2015 y con el tango como eje temático. “Dedos como puñales que atacan el bandoneón”, desliza casi entre dientes.
Bandoneones y colibríes; zambas y cañaverales; malevos y un “Oblivion” que remite sin escalas a Astor Piazzolla. Mario va y viene entre referencias de distinto pelaje. No se olvida del muralismo, al que destaca como un camino de participación popular. “Que la gente se adueñe de la expresión artística”, propone.
Y de paso, sin dejar el hablar pausado que contagia, se acuerda del Estado: “hay ballet estable; coro estable; orquesta estable; teatro estable; títeres estable... ¿Y para cuándo artistas estables? Lo único que tenemos es un Salón al año... Podría haber alguna colaboración, por ejemplo con bastidores, ¿no?... Pero se puede empezar con una apertura seria a las artes visuales, por lo menos un espacio de reunión, de aprendizaje y de discusión”.
Ahí nomás le dan ganas de tomar café y de seguir la charla. “Pero evitemos ‘ese’ tema, por favor”, dice Mario, portador de un corazón “decano” necesitado de urgentes alegrías futboleras.